¿Hora de cambiar?

¿Hora de cambiar?

Porque llega el día en que uno estalla, siempre dicen que no es bueno guardarse las cosas pero a veces no se puede evitar, uno no cambia de la noche a la mañana y cuando estás acostumbrado a guardar las cosas para ti, a veces por no molestar, otras porque no sienten mal o hagan daño a otras personas, vas guardando y guardando y llega el día en que no hay más espacio y es entonces cuando todo sale fuera. El problema es que sale con más fuerza. Imaginar meter una esponja en una cajita, vas poco a poco pero cuando la sueltas sale de golpe y con fuerza, pues eso mismo pasa con las cosas que guardamos.

¿Y qué pasa entonces?

Pues pasa que ya no eres la persona tan buena que siempre has sido, que debes de mirarte esos impulsos que tienes, quizás necesitas ayuda de alguien ajeno a todo esto…

¿Será cierto? Podría ser pero también puede ser que la mayoria de veces uno mire más por los demás que por si mismo, que estés más pendiente de cómo esté el resto de gente a como está uno, que prefieras no molestar o pedir ayuda y termines tragando todo tú solo.

Puede ser que pienses qué realmente, si pides ayuda, no directamente pero lo dejas ver y a quien tienes de frente despistado o no… no percibe las señales que mandas, no es culpable porque se puede ser más directo, decir las cosas claras para que la gente te vea, te entienda. Dejar de guardar y sacarlo todo fuera sin llegar a estallar, pero es difícil, está complicado cuando siempre has actuado así.

¿Es hora de cambiar?

Podría ser, pero es tan complicado…

B.D.E.B.

14 de Febrero

14 de Febrero

Hace ya unos pocos de años, cuando mi pareja y yo éramos novios e incluso recién casados, teníamos por costumbre celebrar el 14 de febrero «día de los enamorados» con una cena, en ocasiones solos y otras acompañados de alguna pareja de amigos, en un pueblecito de la provincia de Alicante, Villajoyosa – La Vila Joiosa (ciudad alegre). 

Un pueblecito costero, con sus casitas de colores, un casco antiguo precioso y allí justo en ese casco antiguo, había un «restaurante» llamémoslo así, aunque era más bien cómo ir al caserón de nuestros abuelos en el pueblo, era un sitio muy acogedor, una casona antigua regentada por un señor entrado en años, él era camarero y cocinero a la vez, estaba sólo y por tanto eran pocas las mesas que servía, siempre bajo reserva y los fines de semana, porque de lunes a viernes trabajaba de sastre en el pueblecito.

Allí el menú únicamente eran ensaladas, tablas de patés y quesos y unos deliciosos bizcochos bañados con chocolate caliente, cómo no de la fábrica de allí. Un menú simple pero de lo más exquisito.

Allí la mayoría de los clientes (por no decir todos) íbamos por el trato de su propietario, por el sitio tan acogedor, se cenaba con una luz tenue, una música muy bajita de fondo y hasta los comensales que estábamos allí hablábamos en voz bajita, cómo temiendo que si la alzábamos un poco se perdiera todo el encanto.

Era un sitio especial al que debíamos nuestra visita una vez al año, siempre para esa fecha pero siempre hay un final y llegó el año que al llamar a reservar el señor nos dijo que ya no podía abrir, su madre cayó enferma y el se dedicaba ya a cuidarla y no podía regentar el negocio. Una pena…

Hoy bastantes años después, 14 de febrero me he levantado con la añoranza de ese lugar, un sitio en el que se respiraba amor, ya fuera por las parejas que allí estábamos o por su dueño al recibirte y tratarte con todo el cariño del mundo, algo difícil de encontrar en otros lugares…

Por cierto, si no conocéis el pueblecito, os animo a qué algún día os dejéis caer por allí a conocerlo, merece la pena.

B.D.E.B.