
Recuerda con ocho o nueve años, una noche cualquiera, a su padre decirles a ella y a su hermana pequeña.
-Niñas, a la cama a dormir que ya es tarde, mañana hay que madrugar para ir al colegio.
Las dos, sin rechistar y al unísono, decían:
-Buenas noches papá, buenas noches mamá, hasta mañana.
Y se dirigían a la habitación, ella siempre pegada de su hermana pequeña, porque sabía que si se adelantaba un poco, su hermana apagaria la luz y ella entraría en pánico. La pequeña era muy traviesa y aún no tenía la suficiente capacidad de entender que los terrores de su hermana no eran para bromear.
Una noche más se acostaba, tapada casi hasta la cabeza, daba igual invierno que verano, y estaba dispuesta a pasar la noche en vela, no se dormiría, así no habría pesadilla.
Cuando ya llevaba un rato en la cama, su hermana ya estaba dormida hacia rato, y de repente se abre la puerta de la habitación, allí estaban ellos de nuevo, esos dos personajes que venían todas las noches, no fallaban una, y cómo siempre hacían se acercaron a los pies de la cama, la cogieron de los brazos y se la llevaron, ella no se resistía, no chillaba, sólo notaba cómo las lágrimas resbalaban por su mejilla. El miedo que sentía, la ahogaba y no la dejaba actuar por sí misma, sólo dejarse llevar para que no le hicieran daño.
Un rato después despertó sobresaltada, allí estaba, en su cama cómo cada noche, con los ojos bañados de lágrimas y aterrada. Se levantó corriendo y se metió en la cama de su hermana, sin despertarla, la abrazó y siguió durmiendo ya sin pesadillas.
Muchos años después intenta recordar cuando terminaron esas pesadillas, no se acuerda, pero si la angustia de cada noche.
Quizás nuestras pesadillas de niños terminan cuando nos damos cuenta que hay que temer más al mundo real que al de los sueños…
B.D.E.B.











