
Recuerdo la primera vez que vine aquí, por aquel entonces mi pareja y yo éramos novios aún. Sus padres solían venir todos los años a este pueblecito a veranear, pero no venían solos, su abuela, tía abuela y tío abuelo también venían, pero la casa disponía (y sigue disponiendo) de suficientes habitaciones para todos, así que nosotros teníamos una para los dos, sin nadie más.
Era un mes de agosto y después de dos trenes y un autobús, aún tuvo que ir mi suegro a un pueblo cercano a recogernos, porque al pueblecito que íbamos no llegaba ningún transporte público.
Pues allí estábamos, después de no se aún cuántas horas de viaje, y una vez saludados todos los miembros de la familia, entonces ya tocaba ir a la cantina, el único comercio que tenía el pueblo. Allí vino otra ronda de saludos, desde el cantinero (familiar lejano de ellos) hasta el que estaba sentado en la última mesa mirando con cara extraña a los forasteros que acababan de llegar. Una vez saludados todos entonces tocaba empezar con las rondas pero estas ya de bebidas, bien chatos de vino, cervezas o lo que ellos llamaban sidra que en realidad era casera de manzana, nunca la ví en otro sitio más que allí. Nos juntamos con la gente más joven y empezamos a ir con ellos de arriba a abajo, de un pueblo a otro y sin faltarnos una sola fiesta. A día de hoy pienso en cuanta irresponsabilidad en esas noches, con el coche y esas carreteras, pero en aquel momento no pensabas nada de eso, sólo en pasarlo bien y poco más.
Ese verano disfruté de lo lindo, tanto que me costó despedirme de ellos, nos despedimos hasta el verano próximo pero eso no fué así. Pasaron muchos veranos antes de volver al pueblo, tantos que ya nos habíamos casado y teníamos niños, pero al igual que nosotros así pasó con casi todos.
Volvimos pero a disfrutar de otra manera, a enseñarle a nuestros hijos otros placeres de la vida que ellos, criados siempre en la ciudad, no conocen. Que vean por ellos mismos que también se puede vivir sin tantas comodidades, sin centros comerciales, solamente con una simple cantina pero con otras alternativas que en la ciudad no se pueden hacer. Irte de paseo al río y ver los cangrejos (sin cogerlos por supuesto),ir al atardecer a las montañas a recoger el ganado, muchas cosas completamente distintas a las rutinas que llevamos a diario, pero quizás la más importante sea compartir con la gente, comer juntos, pasear, ir de romería o jugar a las cartas y la gente más joven salir de fiesta de pueblo en pueblo cómo antaño.
En definitiva se puede venir a realizar cualquier cosa que te interese o te divierta, y cómo no, también a descansar o desconectar de todo.
Me olvidaba, su nombre es Vizcaínos de la sierra en la provincia de Burgos y merece la pena visitarlo.
B.D.E.B
