Niños

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Estaba en la biblioteca, absorta en la lectura de aquel libro de aventuras, desde que había aprendido a leer no había dejado de hacerlo, primero eran los cuentos para niños que siempre pedía cómo regalo de cumpleaños, santo o cualquier otra ocasión que se presentara, y después había pasado a las novelas de aventuras, le encantaba adentrarse en aquellos mundos y se dejaba llevar creyéndose la protagonista de aquellas historias.

Cómo en su casa, con sus hermanos pequeños revoloteando por todas las habitaciones, era imposible concentrarse, había cogido la costumbre de ir a la biblioteca de su barrio cada tarde, una vez terminadas todas las tareas, mientras sus «amigos» se divertían jugando a cualquier cosa, ella se dirigía allí y devoraba un libro tras otro.

Ese día estaba sola en la sala, aparte de la bibliotecaria que la había recibido al llegar, no había nadie más allí. De repente escuchó un sonido extraño y a continuación se fue la luz, la sala se quedó a oscuras y ella llamó a la bibliotecaria pero no respondió nadie, no le gustaba nada la oscuridad y a pesar de que ya no era tan niña, comenzaba a asustarse, pero entre tanta oscuridad al fondo de la sala se observaba un hilito de luz y se levantó de la silla para dirigirse hacia allí despacio para no tropezar con nada y un tanto asustada por la situación.

Conforme se iba acercando, la luz se hacía más intensa y la intriga empezaba a tener más fuerza en ella que el miedo de estar sola sin saber a qué se enfrentaba. Cuando se acercó lo suficiente observó que el hilito de luz salía de una puerta y decidida giró el pomo y la abrió. La luz que salía de allí era tan brillante que no le dejaba ver nada, le recordaba cuando a veces se intentaba quedar mirando al sol de lleno, tal era el resplandor que había en ese lugar.

Poco a poco sus ojos se fueron habituando a tantísima claridad y no creía la belleza de lo que logró ver, un prado enorme, tanto que no se lograba ver donde terminaba, con pequeñas flores silvestres que parecía que alguien estaba pintándolas, esparcidas por todos lados y lo mejor de aquel paisaje, aquel prado estaba lleno de niños, unos correteaban por todo el lugar, otros escuchaban atentamente mientras uno de ellos leía un libro, había otro grupo que jugaban al balón, cientos de niños por todos lados, jugaban, reían, cantaban y ninguno peleaba, eran niños de todas las regiones del planeta, niños delgados y otros más gorditos, niños muy altos y otros más bajos… y jugaban entre ellos sin problema alguno.

Se quedó sorprendida, porqué aunque eso debería ser normal, tenía claro que en la realidad no era así, al menos en el mundo en el que ella vivía, estaba cansada de ver cómo le decían «la rarita» sólo porque la mayoría de veces prefería irse a leer un rato a estar con el resto del grupo metiéndose con aquel que no fuera igual que ellos. Allí, en esa escena que estaba viendo, eso no pasaba todos jugaban con todos sin importar raza, aspecto físico ni intelectual, se les veía simplemente disfrutar de aquello que hacían junto al resto, también le extrañó que no había ningún adulto y pensó, ¿tendría algo que ver con la tranquilidad del lugar? Podría ser.
Sin preocuparse por nada más, se adentró en el prado y se unió al grupo de lectura, a fin de cuentas era lo que más le gustaba a ella.

*Los niños nacen cómo un libro en blanco y las primeras páginas somos nosotros los adultos los que les ayudamos a escribirlas, muchas veces sin quererlo y otras teniendo consciencia de ello, nuestra ayuda no es tan buena cómo debería. Pensemos un poco antes de hablar cosas delante de ellos, e intentemos inculcar buenos valores, ellos repetirán lo que acostumbren a ver en la mayoría de los casos.

B.D.E.B.

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