Triste mirada

Triste mirada

A principios del 2020, antes de llegar la pandemia a España, una familia ucraniana se vino a vivir al portal dónde yo vivo. Eran un matrimonio poco más joven que yo y sus dos hijas jovencitas, de entre 16 y 20 años calculo. El español lo hablaban lo justo, y así siguen a día de hoy, las chicas lo hablan un poco más pero a los padres les cuesta. Personas muy educadas, cuando te cruzabas con ellos en el portal o en la calle siempre te saludaban, ellas siempre con una sonrisa y el padre algo más serio. A cada vez que pasaban cerca de mi terraza, tanto las hijas cómo la madre, se acercaban a saludar a mi perro y a acariciarlo y él se alegraba cómo si las conociera de siempre.

Hace poco más de un año, cuando comenzó la guerra, ellos colgaron una bandera de Ucrania en su ventana, y uno se intenta imaginar la dureza de la situación pero creo que nunca llegamos a saber la realidad, cómo lo pasan esas familias, por más que intentemos imaginarlo creo sinceramente que sólo el que se ha visto en la situación puede saber cómo se sienten.

Nos seguíamos cruzando con ellos y ellos seguían saludando cómo siempre, ellas con su sonrisa pero eso sí con una mirada un tanto triste. Nadie les preguntó nada, eran poco habladores, entre la dificultad del idioma y la timidez de llegar a un lugar donde todos se conocen menos tú pues lo hacía complicado, y ya sabéis a veces por no molestar uno prefiere no hacer preguntas.

Llegó el día 24 de diciembre del 2022, y algunos vecinos decidimos tomar un aperitivo al mediodía para celebrar las fiestas, así que en el rellano del portal pusimos una mesita con unas pocas cosas de picar y a todo el que pasaba para su casa le invitábamos a tomar algo. Unos de los que pasaron fueron el padre y una de las chicas, cómo a todos les invitamos a tomar allí algo, la chica no quiso nada nos lo agradeció sonriendo cómo siempre pero se fue para casa, el padre subió y nos bajó un botellín de sidra y uno de cerveza y se quedó allí con nosotros picoteando algo y fue la primera vez que cruzamos alguna palabra más con él que un «hola o buenos días». El hombre se esforzaba en chapurrear lo poco que sabe de español y cuando le era complicado hacía uso del traductor del móvil, un vecino le preguntó un poco más sobre la situación de su país y de la familia que podía tener allí. En ese momento, yo qué soy de mirar a la gente a la cara y principalmente a los ojos cuando hablan, el semblante de él cambió, se volvió triste y los ojos vidriosos mientras nos decía que tenían un hijo de poco más de veinte años que se había quedado en Ucrania, en su día no se quiso venir y una vez estalló la guerra parece ser que ya fue imposible, lo poco que le pudimos entender era que trabajaba cómo en un ayuntamiento o algo parecido y no había podido salir del país. Un momento de silencio, de estos que no sabes que decir, que de haber sido una persona un poco más de confianza te lanzas a dar un abrazo sin mediar una sola palabra simplemente para que sepa que estás ahí, que le apoyas y puede contar contigo. Pero no sucedió, al poco él se fue para casa y el resto hicimos lo mismo y durante el resto del día y a cada vez que me vuelvo a cruzar con él, recuerdo esa conversación, esas palabras chapurreadas y casi sin voz, pero si algo me marcó fue esa mirada triste y perdida que reflejaba el dolor de un padre al estar tan lejos de su hijo y en la situación que estaba viviendo y sigue a día de hoy ese país.

No le hemos vuelto a preguntar, quizá por falta de confianza o porque simplemente no ha surgido la ocasión, pero muchas veces pienso en ello y sólo espero que el muchacho se encuentre bien y en breve pueda estar junto a sus padres, no sólo él si no tantos y tantas familias cómo la de mis vecinos que se encuentran en la misma situación y aunque yo o el resto no los veamos seguro que sus ojos también muestran el dolor que están pasando.

B.D.E.B.

*Esta entrada la escribí hace poco más de un año, hoy me acordé de ella porque después de todo ese tiempo, al volver a hablar con este vecino, tristemente todo sigue igual. La guerra sigue, su hijo sigue allí sin poder venir y los padres también siguen con esa mirada triste en los ojos, que aunque se les vea sonreír, la mirada no dice lo mismo.

Una vez más esa sensación de impotencia, de ver como el de abajo paga las consecuencias de los de arriba…

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