En estos días en los que por todos lados están los calendarios de adviento, antes eran con chocolates o golosinas para los niños, ahora hay de todo tipo. Desde calendarios para los perros o gatos, a calendarios con muñecos, perfumes, cremas y un largo etcétera.
Dándole vueltas al tema, y teniendo en cuenta que este mes es de esos en que (para bien o para mal) las emociones siempre están a flor de piel, he pensado en crear algo así como un calendario de emociones y escribir cada día sobre una de ellas, desde el día 1 al 24, cada día una entrada sobre una emoción y abierta a todo el que se quiera apuntar, no tiene porqué ser en comentarios, puede crear una entrada sobre ella en su blog.
A unos minutos de empezar el mes, ahí dejo la idea, si os apetece ya sabéis.
Siempre iba con ropa ancha, suelta, sin que nada marcara sus curvas, demasiado tímida para recibir piropos. Pero esa noche era especial, de nuevo una cena de profesores y alumnos, pero esa vez asistía él, aquel chico que cuando pasaba no dejaba a ninguna diferente.
Mientras ella se maquillaba, su abuelo se acostó a dormir dejando, como siempre hacía, el sombrero sobre la silla del cuarto. Ella entró a hurtadillas y lo cogió, salió en silencio y cerró la puerta.
En su habitación terminó de ponerse las dos prendas que le faltaban a su atuendo, ese top negro ajustado con escote palabra de honor y el sombrero negro, bien colocado sobre su larga melena morena.
Una vez más se miró al espejo, sonrió, parecía una chica distinta, nada que ver a cómo se veía a diario, le gustaba.
Se dirigió al lugar y cuando llegó allí, los más puntuales, que ya estaban esperando, se volvieron hacia ella, «¿Elena?» Preguntó uno de ellos, enseguida todos le dijeron lo guapa que estaba y ese sombrero le quedaba perfecto.
Un poco más tarde llegó él, saludó a todos en general y minutos después se acercó a ella a decirle al oído que estaba preciosa esa noche. Se sentó a su lado y no se separó de ella en toda la noche.
Regresó a casa y de nuevo entró a hurtadillas a dejar el sombrero, le había traído suerte, quizás se lo pediría «prestado» al abuelo en más ocasiones.
Se desvistió y se puso un pijama, ancho, como toda su ropa, se desmaquilló y se acostó a «soñar»
Lunes por la mañana, sudadera ancha, pantalones vaqueros y de nuevo a clase, nuevamente pasó desapercibida a los ojos de quienes sólo veían el exterior, incluido él.
En estos días empezamos a preparar en la empresa, unos pequeños obsequios para nuestros clientes. Es un pequeño detalle para agradecer su compromiso y fidelidad, hacemos un listado de ventas pero simplemente para hacernos un poco de guia, porque después están esos clientes que llevan años con nosotros, y qué quizás este no ha sido un buen año para ellos, pero aún así les envíamos su «regalo» para que sepan que los tenemos en cuenta, no siempre el que más te ha comprado durante un año es tu mejor cliente.
Cada uno de esos regalitos le toca a una servidora prepararlos, tanto meterlo en la cajita, como escribir una a una las tarjetas de felicitación, una costumbre que se va perdiendo pero creo que es de las que se tendrían que conservar siempre.
Desde pequeña, en casa de mis padres, mi padre me pedía que escribiera las felicitaciones a sus amigos, y ahora en la empresa, también me piden que sea yo quien las escriba, algo que no me importa, todo lo contrario, me gusta poner un «cachito de mí» en cada uno de esos obsequios, pero he de reconocer que mi letra es pésima, así qué no sé yo si quien recibe el paquetito sabrá muy bien lo que pone en esa tarjeta.
El texto de felicitación, es el mismo para todos, pero antes de escribir el primero, pienso en alguno de esos clientes a quien ya conozca de tiempo, que me resulte una persona agradable, que sea de los que «no te despiertan de la siesta, creyéndose que son el centro del mundo» sino todo lo contrario, que cuando surge algún problema, entiendan que estás haciendo todo lo que está en tu mano para solucionarlo y si no sé soluciona antes, es porque tú no puedes hacer nada más. Que poquito cuesta ser amable ¿verdad? hay gente que no lo entiende.
Pues pensando en ellos y en lo que les quiero agradecer, es como escribo esas letras, aunque después lleguen a algunas personas que quizás no las merezcan tanto, pero… también son los que nos dan de comer y hay que cumplir.
Así como nosotros enviamos, hay algunos proveedores que también nos envían, y mientras a algunos les encanta ver lo que nos han mandado, yo prefiero ver si hay alguna tarjeta de felicitación, y si es así, permanecerá en mi escritorio durante todas las fiestas.
Como he dicho antes, hay costumbres bonitas que deberían de durar toda la vida, la de enviar esas tarjetas navideñas es una de ellas. Aún recuerdo como antaño, llegaban esos días y tenías ilusión de abrir el buzón y encontrarte con alguna felicitación, hoy en día se ha perdido, yo la primera. Antes mandaba a los amigos que vivían fuera, ahora con un Whatsapp es suficiente (por mucho que la imagen y las letras, estén preparadas por mí).
No importa esa mala letra si los sentimientos son buenos, si la persona que te ha escrito esas palabras, lo hace de corazón.
Aún no ha terminado noviembre y desde hace alguna semana, comenzamos a ver, principalmente por las redes, anuncios, vídeos…relacionados con las fiestas próximas, incluido el anuncio de la lotería de Navidad que lo vi por primera vez en el blog de nuestro amigo Carlos (Datos a tutiplén), imágenes, frases, vídeos que para quienes somos de lágrima fácil, no podemos (al menos yo no puedo) verlos sin que los ojos se pongan acuosos.
Este año creo que peor que otros, no sé muy bien el porqué, pero los sentimientos están a flor de piel. El año pasado no fueron mis mejores fiestas, entre la enfermedad de mi peludo y el pasarlas lejos de aquí, de mis padres y hermanas (la primera vez en mi vida), no las disfruté ni sentí igual. Este año de nuevo estaré con ellos, cada año que pasa lo celebro con emoción y a la vez miedo, son mayores y no sabemos nunca lo que pasará el siguiente, es ley de vida.
Creo que esto también va influyendo en que los sentimientos estén así. Eso y que cuando se aproximan estas fechas, no puedo evitar echar la vista atrás y recordar esas sillas vacías, esas navidades de antaño en las que todos estaban presentes, supongo que ellos dejaron su puesto a otras personas que llegaron después. Pero, inevitablemente, cada año son más las sillas vacías, y quizás cada año las fiestas se tornen más tristes.
Siempre me queda la ilusión, sobretodo por los más pequeños, aunque mis chicos ya están grandes, tengo tres sobrinitas pequeñas y ver la carita de felicidad, ese brillo en los ojos, esa sonrisa inocente, siempre me recuerda a mi niñez, y así como yo disfrutaba, quiero que los más pequeños también lo hagan.
Por supuesto que los mayores también, ver la cara de felicidad de mis padres, ese 24 por la noche, cuando estemos toda la familia sentada alrededor de la mesa, eso sin duda es el mejor regalo. Y bueno, ver a niños y mayores (porque también nos hace ilusión), abrir esos paquetes, esperando sorprendernos, también es bonito.
Y empaquetar uno a uno, escondida en el cuarto, intentando que dentro de cada paquete no sólo haya un regalo físico, que también tenga una pizca de cariño, un trocito de corazón, y la ilusión compartida de quien lo ofrece junto a quien lo recibe.
Así que toca ir preparándose(me) para esos días, coger la caja de kleenex y dejarla cerca porque seguro que va a hacer falta, y sobretodo disfrutar, de nuestros mayores principalmente y contagiarnos un poquito con la ilusión de los más pequeños.