Cúbreme de colores cálidos como ese abrazo que protege del frío.
Te ves bonita cuando te cubres de esos colores otoñales, un paseo se convierte en un escaparate de formas, colores y emociones.
Caminando por las calles no me fijo en las multitudes, observo a mi lado y encuentro un manto de hojas de mil colores, suspiro hondo y me aislo de todo por un momento, me quedo con el detalle, capturando ese momento que ha llamado mi atención, que despierta mis emociones.
Mientras observo tu vestimenta recuerdos vuelven a mi mente, emociones al corazón, sentimientos de estar en el lugar correcto.
Solo unas voces me hacen regresar al presente, al ahora a la multitud.
Verte con esos colores me atrapó, me sigue atrapando y me hace seguir soñando.
Siempre iba con ropa ancha, suelta, sin que nada marcara sus curvas, demasiado tímida para recibir piropos. Pero esa noche era especial, de nuevo una cena de profesores y alumnos, pero esa vez asistía él, aquel chico que cuando pasaba no dejaba a ninguna diferente.
Mientras ella se maquillaba, su abuelo se acostó a dormir dejando, como siempre hacía, el sombrero sobre la silla del cuarto. Ella entró a hurtadillas y lo cogió, salió en silencio y cerró la puerta.
En su habitación terminó de ponerse las dos prendas que le faltaban a su atuendo, ese top negro ajustado con escote palabra de honor y el sombrero negro, bien colocado sobre su larga melena morena.
Una vez más se miró al espejo, sonrió, parecía una chica distinta, nada que ver a cómo se veía a diario, le gustaba.
Se dirigió al lugar y cuando llegó allí, los más puntuales, que ya estaban esperando, se volvieron hacia ella, «¿Elena?» Preguntó uno de ellos, enseguida todos le dijeron lo guapa que estaba y ese sombrero le quedaba perfecto.
Un poco más tarde llegó él, saludó a todos en general y minutos después se acercó a ella a decirle al oído que estaba preciosa esa noche. Se sentó a su lado y no se separó de ella en toda la noche.
Regresó a casa y de nuevo entró a hurtadillas a dejar el sombrero, le había traído suerte, quizás se lo pediría «prestado» al abuelo en más ocasiones.
Se desvistió y se puso un pijama, ancho, como toda su ropa, se desmaquilló y se acostó a «soñar»
Lunes por la mañana, sudadera ancha, pantalones vaqueros y de nuevo a clase, nuevamente pasó desapercibida a los ojos de quienes sólo veían el exterior, incluido él.